La Diosa del manantial

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Finalmente encontré el libro que quería prestarle a Leyla: “La Diosa del Manantial”. Al día siguiente, se lo llevaría al trabajo, donde nos vemos como cada día laboral, desde que comencé a trabajar en el banco.

Era un viernes, por ser día feriado, no había casi nadie en el centro, pero ahí estaba ella… tan sonriente, llena de alegría, hiperactividad, inspiración, carisma, siempre amable y bondadosa; se le iluminó el rostro desde que me vio; y es que Leyla y yo nos gustamos desde el primer día que nos vimos. No pasó mucho tiempo, para percibir, que, por la falta de personal, estábamos casi solos, y su oficina, libraba en un punto ciego de las cámaras de vigilancia del banco.

Me dispuse a llevarle el libro, se lo había prometido desde hace semanas…  pero al encontrarla sola, miles de ideas, empezaron a pasar en ese instante por nuestras cabezas, y es que era la primera vez que nos quedábamos a solas, en su oficina, en un estrecho pedazo de su escritorio. Después de unos acalorados besos, nuestra mente empezó a transformarse, y pervertidamente empezamos a hacer partícipes nuestros cuerpos.

Leyla me empujó directo contra el escritorio, se desnudó mirándome y regodeándose con su sexy cuerpo, tocándose, mordiéndose: saboreaba en sus labios el ambiente que estábamos formando, y lo que se avecinaba. Se desvistió rápidamente y me tiró su ropa interior a la cara, y en menos de un pestañazo, se abalanzó sobre mí, oliendo y besando cada parte de mi cuerpo.

La agarré por el cuello, entre tantas caricias; y ella comenzó a tocarse, entre sus jadeos y ojos tornándose en blanco y más gemidos, me sacó la ropa de un tirón, mientras con su mirada fija en mis ojos me susurraba: te deseo, sonriendo maliciosamente.

Luego, comenzó a jugar con mi miembro, como si fuera un trofeo, un premio… lo mimaba, lo succionaba a ojos cerrados para sentirlo a tope en sus papilas gustativas… finalmente, se detuvo, después de tenerme agonizando de tanto deseo, y se sentó frente a mí, a piernas abiertas, presionando su clítoris contra mi miembro viril.

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Sentí poco a poco todo el morbo entre sus muslos, y me agarraba la mano haciéndome saber cómo la tenía: perfectamente húmeda. Llegado este momento, su pelvis me buscaba…y, entre juego y juego, de besos, mordidas, caricias, apretones, se introdujo todo mi ser, sin dejarme hacer más nada.

Me consumió rápidamente, con su ira depravada, su hambre de sexo, su hambre de mi… al punto de pedirme: “así no, dame más fuerte”; así que le di bien duro; hasta que sus ojos se tornaron en blanco, y noté que había alcanzado la cima; acto seguido, yo también toqué la cima; y entre nuestras partes íntimas, se sentía un baño de fluidos, entre estallidos de gemidos y uñas clavándose en mi espalda.

Entre sudores, y respiraciones, aun agitadas, dejamos salir todo… descansando uno sobre el otro, ella, aun siendo penetrada… pene y vagina, palpitando entre el calor de una cueva ardiente como el interior de un volcán en llamas.

Nos recompusimos como bien pudimos después de tantos jadeos, nuestros cuerpos estaban satisfechos, entre sudores fríos y el exquisito olor a sexo fresco… habíamos pasado casi dos horas así; así que me apresuré a llegar a mi oficina, para que no notaran mi ausencia.

Casi lo olvido, le extendí a Leyla el libro por el cual inicialmente había ido a verla a su oficina. Hizo una risa cómplice y susurro a mi oído, mientras mordió mi oreja: …ya sabes quién es la verdadera “Diosa del manantial”

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